viernes, 10 de enero de 2014

El corazón y la armadura

En mis días más miserables, forjé la mejor de mis armaduras,
cuidé la flor, cuidé del corazón y no se endureció,
Salí a que el viento me golpeara la cara,
salí a no ignorar mi realidad y fluí con ella,
sentí el dolor de las desgracias, las mías y las ajenas,
Y sentí, a pesar y sobre todo una la inmensa alegría,
me dí cuenta, viviendo aferrándome a lo vivo,
en un contacto con lo muerto y con lo que palpita
en ese preciso momento, me di cuenta, estaba viva.

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